2011-05-30 19:18:56https://www.jesuscaritas.it/wordpress/es/?p=60

Llevamos aun en los ojos y en el corazón la experiencia del fin de semana pasada en el desierto del Negueb. Un largo camino (en auto…) hacia un lugar que es al mismo tiempo desolado y fascinante. Lugar que ha visto el peregrinar del pueblo de Israel en sus cuarenta años antes de entrar en la Tierra Prometida. Lugar rico de historia y de culturas en el intercambio entre pueblos en aquella que era una de las vías principales de comunicación entre el Oriente y el mar Mediterráneo.

Así hemos iniciado nuestro viaje-peregrinación, guiados por las Escrituras y acompañados por la elocuente experiencia del pueblo de Dios en los años de “noviazgo” con su Señor. Obviamente ha sido también una ocasión para profundizar la prospectiva de nuestro hermano Carlos de Foucauld [Hemano Carlos de Jesús] que ha hecho del desierto su morada por muchos años de su vida.

Nuestro recorrido inició con la lectura del Libro del profeta Oseas capítulo 2, aquel estupendo capítulo en el cual el Dios enamorado de su esposa infiel, el pueblo, la invita a presentarse en el desierto para “hablar a su corazón” y hacerle abandonar a todos sus amantes.

 

Y el desierto ha sido el escenario que hemos tendido delante de nuestros ojos en los dos días de nuestro camino: primero el valle del Jordán, y por tanto el desierto de Judá, para luego introducirnos y alojarnos en el desierto del Negueb.

Paradas obligatorias fueron la bajada para tocar las aguas del mar Muerto y la subida a Masada, la cima de una montaña en la que se conserva la memoria de miles de años de historia, con la presencia de judíos, romanos, bizantinos, etc. Un lugar verdaderamente espectacular, sea por los panoramas que se pueden admirar, que por la historia que encierra y por la preciosidad del sitio arqueológico.

Dejando a nuestras espaldas las fábricas de productos cosméticos, aquellas que sirven para la elaboración de la sal y también los establecimientos para el tratamiento de las enfermedades de la piel, nos introducimos finalmente en el Negueb, un desierto con muchas caras: aquella pedregosa de los montes cuadrados, aquella con las dunas pedrosas adornadas con espinas diseminadas por aquí y por allí y aquellas hechas de arena rojiza, prevalentemente en la zona de Beer Sheva.

Durante la bajada tuvimos la oportunidad de hacer una parada de casi 45 minutos en un wadi [torrente pobre de agua], para saborear el gusto del silencio del desierto y detenernos un poco en oración y meditación. El lugar de destinación fue Mizpe Rammon, un pueblo israelí que se ubica en Rammon, un inmenso cráter de un volcán apagado que representa probablemente uno de los escenarios más fascinantes de esta tierra que te dejan con la boca abierta. Paredes rocosas que se extienden por kilómetros y kilómetros para diseñar una depresión profunda y rica de colores determinados por las diferentes estratificaciones de lava, y como fondo colinas desérticas que se subsiguen sin fin. Una invitación a la admiración y maravilla por las bellezas de la creación.

La mañana del domingo, el momento más intenso fue sin duda la celebración de la Misa en medio del desierto, con una piedra como altar, con la voz del “Pastor” que guiaba nuestros pasos (el evangelio era precisamente el capítulo 10 de san Juan: el buen Pastor) y nuestra oración, y su cuerpo que significaba la nueva maná que Dios ha dado al hombre nuevo, como alimento para la vida eterna.

El viaje de regreso continuó con la visita a Avdat, la ciudad nabatea situada a pocos kilómetros de Mizpe Rammon y con la visita al Tel Sheva, en el que se conservan los restos arqueológicos de antiguos establecimientos humanos y particularmente judíos. Beer Sheva (Berseba) representa el extremo sur de la porción de tierra que Dios ha prometido al pueblo de Israel.

Cerramos nuestra narración con la imagen de un hombre, un hebreo etiope, que hace la limpieza en el sitio arqueológico de Avdat, que cantaba a voz alta un pasaje de la Biblia. Le preguntamos que cosa cantaba. Nos dice que se trata de un pasaje de los salmos que él mismo ha musicado. Le pedimos la traducción: “El Señor es mi pastor…”.

Marco Cosini


Llevamos aun en los ojos y en el corazón la experiencia del fin de semana pasada en el desierto del Negueb. Un largo camino (en auto…) hacia un lugar que es al mismo tiempo desolado y fascinante. Lugar que ha visto el peregrinar del pueblo de Israel en sus cuarenta años antes de entrar en la Tierra Prometida. Lugar rico de historia y de culturas en el intercambio entre pueblos en aquella que era una de las vías principales de comunicación entre el Oriente y el mar Mediterráneo.

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