Le he dicho a un hermano que el número de las personas que participan a la misa cotidiana (lunes-viernes) ha umentado del 100% en la últimas semanas. Él muy contento y asombrado preguntó “¿en serio?”; sí, le digo, han pasado de 4 a 8; ¡concluyó que él prefiere la primera fórmula y que no se pierde en los pequeños detalles!

Otra anécdota narra acerca de dos ciegos sentados en el andén de una calle principal, poco era el espacio entre ambos, cada uno había colocado su propio sombrero esperando en la generosidad de la gente que pasaba… Pero solo uno recibía a cada poco, mientras su colega nada. ¿Qué estaba sucediendo? Muy fácil, pues uno había escrito la frase “Soy ciego, no puedo trabajar, tengo una familia, por favor ayúdame”; en cambio el otro más astuto había escrito “Ya llegó la primavera, pero yo no puedo contemplar las maravillas como lo haces tu”.

Y hay otra, más conocida porque viene desde el Medioevo, cuenta de un peregrino que en su camino encontró a tres hombres que trabajaban duramente rompiendo piedras. “¿Qué haces?”, le pregunta al primero; respnde: “Nada, simplemente tengo que romper esta roca”; hace la misma pregunta al segundo y responde: “Trabajo para mantener a mi familia”; finalmente llega al tercero y a la misma pregunta responde: “Yo estoy construyendo una catedral”.

Mientras estaba pensando en estas anécdotas recordé estas lineas de Arturo Paoli:

“Estábamos caminando en una caravana, guiados por unos nómadas buenos conocedores del desierto, con una manada de camellos que cargaban todo lo necesario para alzar un campamento dónde pasar la noche, los objetos para cocinar y el agua. Cada mañana, puntualmente, un camello a la vez se alejaba y escapaba del trabajo cotidiano. Nos habían advertido y sabíamos que no debíamos correr para tratar de capturarlo, no debíamos gritar, sino simplemente dejarlo huir en una indiferencia general… Después de mediodía podíamos ver a lo lejos un punto en el horizonte che se nos acercaba lentamente y cada vez más: era el fugitivo que volvía. Cuando, después de algunas horas, estaba ya muy cerca, uno de los árabes se le acercaba dulcemente, sin asustarlo, sin reprocharle, sin alzar las manos y empezaba a caminar a su lado cantando o silvando una melodía. Y esta escena duraba hasta llegar al lugar en dónde teníamos que acampar par pasar la noche. Al día siguiente el fugitivo de ayer era el primero que se preparaba para cargar con las cosas, y era otro el camello que se alejaba…

En mi caminar por las pistas del desierto, siguiendo al árabe que cantaba silenciosamente y recuperaba la confianza con el camello, empezaban a nacer los nuevos valores que debían enriquecer mi vida. El camello podía alejarse para siempre, perderse en el desierto… ¿Y por qué volvía? Para estar en compañia: los otros camellos y los hombres que los conducían no representaban solo el peso, el trabajo, sino el caminar juntos, la amistad. El camello podía alejarse para siempre porque tenía en su poder la libertad, pero eso significaba renunciar a la amistad” (La pazienza del nulla).

Después de las celebraciones de Semana Santa y Pascua, las canonizaciones y las vacaciones –es un modo de decir– volviendo a nuestras ocupacione ordinarias (oración, estudio, trabajo, servicio) a veces nos da la impresión de volver a aquella vida cotidiana que a menudo consiste en repetir cosas que nunca servirán a cambiar el mundo y mucho menos a salvarlo. La pesadez, la tiranía de la vida cotidiana, como dicen algunos. Pero si las cosas estuviesen así, ¿dónde estaría la luz de la Pascua que ilumina nuestras jornadas? Si es cierto que muchas veces la realidad cambia dependiendo de cómo decimos las cosas, mucho más será determinate el cómo pensemos las cosas. El secreto está en el sentido que damos a lo que hacemos, con qué espíritu cumplimos con nuestros compromisos. Se necesita perseverancia, paciencia, humildad, etc.; para decirlo con el lenguaje de la Fraternidad: necesitamos vivir la contemplación en la vida cotidiana… Como lo hacía Jesús.

fratel Oswaldo jc